lunes, 25 de abril de 2016

17:43 | Lunes

Usamos
cualquier patio en la ciudad
como escondrijo.
Con ojos de búho
piel de serpiente,
mirada de gato,
y vidas de más.
Seis malgastadas
en historias mediocres
y la última,
que a veces se vive primera,
quiso acabar con nosotros.

Colgué las sábanas
sin lavarlas antes
para secar
los recuerdos al sol
y dejar que la lluvia
se llevase el tedio:
la luna creciente
nos vio menguar,
llenarnos
y nacer de nuevo.

Las farolas
se daban la vuelta
y hacían de cuerda.
Yo montaba sobre ti
como en un monociclo,
torpe.
Y las mujeres
y los niños
aplaudían en sus casas
a la televisión.

El humo de un cigarro
alimentaba el ansia
de siguiente,
y otro,
y otro.
Las sábanas
empezaban a secar.

Se oían nanas
a media tarde.
Platos chocando entre ellos,
dedos rozarse,
olores a vainilla huidizos.
Mi huella en tu mano
y un silencio
permanente.
Marcas de bala
en la esquina
de una habitación.

Intimidades olvidadas
por zancadillas emocionales.
Recuerdos rugosos
de una etapa extraña.


Unas sábanas ardiendo
como papel de fumar.