sábado, 20 de abril de 2013

Sentimos las cosas mal, y tengo la explicación científica.

Las personas hablamos siempre de la necesidad de olvidar y de pasar página, de "superar" problemas. La vida no es un libro del cual se pueden arrancar las páginas, ni una carrera de obstáculos en la cual se destruye el suelo por donde pisamos, y va siendo hora de que nos demos cuenta. Perdemos demasiado tiempo sobreanalizando los pasos que dimos, y en qué punto fuimos culpables para arrepentirnos más tarde.
Nuestro único objetivo es seleccionar y eliminar recuerdos, de modo que cuando inspeccionemos el armario de nuestra conciencia podamos respirar tranquilos. Pero siempre llega la noche, y a esas horas es curioso como comprendemos los códigos del corazón incluso sin llevarlos dentro -o eso creemos. Una cita, una imagen, melodías rotas -y también enteras-, cualquier opción es buena para volver a ello. 
Ahí viene la parte en que nos sentimos débiles, incluso lloramos. Afloran nidos de mariposas en nuestros estómagos y nos preguntamos por qué, si nosotros ya habíamos dejado eso atrás.
No hay detrás, ni delante. Y eso nos frustra. Creo firmemente que sentimos las cosas mal, y creo que tengo la explicación científica de ello.
Puede que sea cierto que todo es energía, y que ésta solo pueda traducirse al amor como núcleo -ni Dioses, ni partículas- de nacimiento de todo lo que la gente busca: para odiar se requiere amor previo. Para hacer se requiere un querer hacer.Para amar, se requiere amor. Imagino que es allí donde nace la indestrucción de éste... ni se crea, ni se destruye...
...solo se transforma. 

domingo, 14 de abril de 2013

No la pena

Por mucho que intentemos convencernos a nosotros mismos de que no, los finales ya están escritos, y no podemos cambiar el curso de las cosas.
Sí es cierto que a veces las intenciones son gratas, incluso sinceras. Somos tan valientes que hasta prometemos sin pensar -ni siquiera en las cicatrices que ello puede dejar en la piel de nuestra alma en algún futuro incierto, que parece que no llegará nunca.
Pero llega. Sí, lo hace. Y lo digo sin nostalgia de lo que esperábamos que fuese; pueden llamarme conformista.
¿Saben? Es una mierda. Nos dedicamos a hacer hipótesis y planes y dejamos de fluir sobre nosotros mismos cuando esa debería ser la única tarea pendiente, pero no echamos de menos antes de perder, cuando es lo único que estamos haciendo. Aunque, en realidad, eso me gusta creer que no es del todo malo.
Tras saltar un gran abismo que nos creíamos incapaces, de pronto tenemos la certeza de que podemos con todo. En ese momento, cuando entendemos que todo se pasa, nos hacemos un poquito más mayores. Comprendemos que no hay nada ni nadie imprescindible, pero también que hay personas que multiplican nuestra felicidad exponencialmente y por eso las cuidaremos más que antes -y la primera es uno mismo. Cuando prefieres perder a alguien que perderte a ti , incluso si el primer factor implica volver a preguntarte por tu fuerza, entonces, en ese instante -en que los envidiosos te llamarán egoísta, los aburridos te señalarán con el dedo y los que te quieren te harán quererlos todavía más- puede que realmente hayas encontrado un caminito hacia ti mismo.

Muy probablemente todo lo que diga no esté fundamentado más que en un par de cicatrices que da miedo enseñar, pero si tengo la certeza de algo es de que tarde o temprano las heridas dejan de doler, las canciones dejan de sonar, de que la sopa se enfría y los trenes pasan sin esperar a que llegues. Por eso creo que es tan importante olvidarnos por un segundo de lo que deberíamos ser, y empezar a ser lo que queremos.
Porque como bien dijo alguien un día, hay que quedarse con lo que vale la alegría, no la pena.