miércoles, 2 de octubre de 2013

Me da igual lo que quieras hacer mañana, quédate conmigo hoy, te dije. Me preguntaste por qué y no quise responderte. Me sobraban motivos y me faltaban ganas de explicártelos porque mi mente estaba ocupada en desabrocharte la camisa, lo que parecía no importarte demasiado ya que probablemente estabas haciendo lo mismo.
Me preguntaba por qué solo se le llamaba hacer el amor al momento en que alguien la metía en un agujero. Nos separaba aquella mesa pero yo te sentía dentro. Tus ojos, cómo me mirabas. Tic, tac, las doce. Te tocas la barbilla, te pones las gafas de sol. Tu media sonrisa conspiraba contra mis doscientos escudos en un inminente KO. Te gustaban las poetas porque a su lado todo parecía más profundo y dulce, aunque a mi lado sabías que no era así. Cruzabas mi mente como si fuese una senda secreta apta hasta para cojos pero no tenías huevos de nadar cuando llegabas al agua. Ahí estaba la distancia entre el parecer y el ser: lo único profundo que buscabas era una garganta y a mí me sobraba ya gente en el umbral de mi alma que se quedó a medio camino entre el amor y las pasiones (lo peor de todo es que seguramente también querías un sofá allí). Eso no era enamorarse, por mucho que colocases tus te quieros a modo de show de pirotecnia: oportunamente pero haciendo demasiado ruido.

Te quitaste las gafas de sol y me volví a quedar allí, observando por tus ventanas cómo estabas amueblado e imaginando cómo te amueblaría yo. Quería una bañera grande en tu pecho para no tener frío nunca y un escritorio infinito en tu espalda para escribir todas las historias que quisieras contarme. Una galaxia en tu mente para visitar cada día un planeta y un piano en tus costillas para bailarte el agua cada vez que te cogiese. Un salón de baile entre tus piernas de entrada gratuita pero privada y en tus pies una nube para poder levitar. A mi se me daba bien quererte. Sí, a ti, aunque todavía no existas, no sé si por miedo o por sencillez. Pero a veces me mirabas así y...
Creo que ese era el único momento en que me hacías el amor. Cuando me mirabas con los ojos desnudos y dejabas que se escapase el miedo, como si por un instante fueras a dar un paso adelante. A mí la cama me la sudaba. Yo quería llenarme de magia y después escribir poesías juntos. Tú parecía que querías a una poeta.

En el fondo solo buscabas besos con sabor a verso, y esos sabe darlos cualquiera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario