miércoles, 26 de enero de 2011

Hablaba entre dientes, coleccionaba minutos y desviaba miradas. Todo aquello era una gran maniobra de escapismo. Decía algo acerca de medias verdades, pero yo mejor que nadie sabía que se trataba de mentiras.

En un suspiro inesperado me miró a los ojos. Podía verlo todo, su cinismo cuando me hablaba de sinceridad y su parecido inocente desvaneciéndose. Fue una especie de seísmo, y en aquél momento la verdad era el epicentro y el lugar de más tensión.

Era el silencio quién otorgaba razones, quién juzgaba y aplacaba sobre cualquier argumento dado en un pasado.

El tiempo corría, y, almenos yo, tenía la vaga sensación de que algo iba a suceder. Tenía una especie de cronómetro dentro retrocediendo.

Se levantó e inspeccionó todo con sus ojos. Se atusó su negra cabellera y se volvió a sentar.
Nadie hablaba. Nadie tenía valor a rasgar ese silencio.
Aunque, por curiosidad se lo pedí.

Le rogué que repitiese de nuevo mi nombre. Me resultaba repulsivo oírlo ahora, pero aún así quería seguir oyendo. Todo parecía ser un gran embuste endulzado, y un fondo amargo de café...

Un suspiro de hipocresía y un grito silencioso.
Dos personas.
Una mentira.
Un mundo igual que ellos.